Circula por ahí, desde los tiempos del primer y poco menos que heroico Salón Internacional de la Franquicia de Valencia –y de esto hace ya más de dos décadas–, un celebérrimo estudio pseudocientífico que algunos atribuyen al Departamento de Comercio de los Estados Unidos, otros al Servicio de Estadística de la Comisión Europea, y no falta quien se apropia incluso de su paternidad, que reza que mientras sólo 2 de cada 10 pequeñas y medianas empresas puestas en marcha por un emprendedor independiente sobreviven al cabo del primer ejercicio contable completo, el 80% de los negocios inaugurados bajo el paraguas de la franquicia consigue salir adelante en sus respectivos mercados.
Más allá de la verosimilitud del famoso estudio en general, y de dichas cifras en particular, lo cierto es que no se precisa ser ingeniero para comprender que arrostrar una empresa –sea o no de índole económico– es más sencillo y llevadero con ayuda externa que sin ella; que el conocimiento sobre los mil y un detalles que encierra el día a día de cualquier negocio siempre será mayor por parte de quien lleva haciéndolo más tiempo, lo ha ido repitiendo periódicamente y hace precisamente de ello su saber hacer. Pero ya reza el sabio refranero popular que al mejor nadador se lo puede llevar el río. Sí, que nadie se rasgue las vestiduras: es cierto que también en franquicia se cometen errores, como en cualquier otro ámbito del mundo de la empresa, y se cierran establecimientos.
Por poner sólo un ejemplo, hablemos del conocido barrio madrileño de Retiro: la céntrica calle de Narváez, y sus bocacalles Menorca, Ibiza, Sáinz de Baranda o Doce de Octubre han visto desaparecer en los dos últimos años dos Equivalenza, un La Mafia se Sienta a la Mesa, un Titto Bluni, una Taberna Andaluza, dos Euro y Compañía, un Artesanos Camiseros, un Tapasbar, un HiperJoya, un Bon Lar, un MRW, un Viajes Almeida –abierto apenas cinco semanas, y que a su vez sustituía un Detalles-Euro y Compañía que no duró ni tres meses…–, un Retrobar, un Jamaica Coffee Shop, un Tecnocasa, un Look&Find, un Cosas de Casa, un Tiendas UPI, un Beep, un Cash Converters… En apenas seis “manzanas” y en un plazo de tiempo cercano al lustro todos ellos han colgado el cartel de “…por cese de negocio”, que es la toalla que lanza a la lona del ring el comerciante que no puede aguantar más con unos ingresos que no alcanzan ni para pagar, ya no su sueldo, sino el alquiler del local. Y mantener lo contrario, que no existen cierres en franquicia, como le ha gustado a algunos durante años, es negar una realidad que la calle se encarga de confirmar con cierta frecuencia; más aún en tiempos de vacas flacas, como los que nos está tocando sufrir ahora.
Pero… ¿hay que culpar de ello a un sistema que ha demostrado éxito, solidez y perdurabilidad en muchos otros casos? Sería dos puntos por encima de injusto y uno por debajo de descabellado: cuando se hacen bien las cosas, y se crece sólo si el negocio está perfectamente comprobado, seleccionando perfectamente a los candidatos y eligiendo con sumo cuidado los emplazamientos y sin hacer de cobrar cánones el corazón de la empresa, formando a cada nuevo miembro de la red y dando realmente el tan carareado apoyo en el día a día, o cuando se importa una marca extranjera con inteligencia, sabiendo negociar con sus promotores la instalación paulatina en el nuevo mercado, etcétera… las culpas o los culpables habría que buscarlos fuera de la franquicia. En el mundo hay miles y miles de unidades operativas trabajando bajo el rótulo de una conocida marca multinacional, pero al frente de las cuales hay un emprendedor que en su día decidió apostar por una franquicia para dar el nada desdeñable salto al mundo de los negocios. Así que tan regulera no puede ser esta fórmula de colaboración. Lo que ocurre es que, como dicen por otros pagos, al mejor escribano puede cometer un borrón…